En los siglos XVI y XVII, se produjo una profunda transformación en el pensamiento humano, especialmente en Europa, que reconfiguró los fundamentos y los modelos de nuestro entendimiento. Esta revolución, conocida como la crisis de la conciencia europea, ha sido abordada y explicada de diversas maneras. Sin embargo, existe consenso en que el surgimiento de la nueva cosmología desempeñó un papel fundamental en este proceso.
Según Koyré, esta revolución puede describirse como una destrucción del cosmos. Implicó la substitución de la antigua concepción del mundo como un todo finito y perfectamente ordenado, donde la estructura espacial reflejaba una jerarquía de perfección y valor, por una visión de un universo indefinido o incluso infinito. Este nuevo universo ya no estaba unido por una jerarquía natural, sino que se cohesionaba a través de la uniformidad de sus leyes y elementos fundamentales.
La ciencia, la filosofía y la teología, a menudo representadas por las mismas personas, se entrelazaron y participaron en un amplio debate que comenzó con figuras como Bruno y Kepler, y que, de manera provisional, culminó con las contribuciones de Newton y Leibniz.