La soberanía, en su esencia, consiste en que no exista ninguna autoridad superior que decida en lugar de nosotros. Por ello, esta elección, este acto de decidir, se realiza frente a la muerte y el vacío, porque no hay nada que esté por encima del sujeto soberano. Así, la soberanía encarna esta capacidad última de decidir.
Sin embargo, la soberanía no es algo meramente individual, sino espiritual y profundamente colectivo. Para decidir, dependemos de una mentalidad particular, una racionalidad específica y, sobre todo, de un lenguaje, ya que todo pensamiento se articula en un idioma concreto. Ni el idioma ni la racionalidad pueden ser individuales; ambos son construcciones colectivas que remiten a un pueblo, una civilización y una identidad compartida.
En el ámbito filosófico e histórico, Iberoamérica ocupa una posición periférica, alejada del centro. En lugar de desarrollar un pensamiento propio de manera orgánica, se ha visto obligada a enfrentarse a ideas foráneas, ajenas a su a priori antropológico, es decir, a su nosotros colectivo. Esto aplica tanto a las naciones con fuerte herencia precolombina como a las comunidades de origen europeo que, en nuevas circunstancias, han perdido conexión con sus raíces o han seguido caminos distintos. En este contexto, el sujeto filosófico iberoamericano debe afirmarse de nuevo como un ser para sí, partiendo de su concreta realidad antropológica, que da forma al nosotros de su identidad. Así, la filosofía iberoamericana debe comenzar por reconocer y comprender su propia identidad colectiva.
