La escultura, más que cualquier otra forma de arte, sirve como testigo de prórroga y supervivencia. Mientras que la pintura revela y a menudo redescubre el mundo sensorial, siendo un remedio contra la ceguera que provoca la rutina, y la música transmuta el ritmo y la temperatura del espíritu, la escultura se erige como una oferta de belleza transfiguradora y, a su vez, como un desafío ante la ofensiva constante de la muerte y del tiempo, que todo lo degrada y consume.
El oficio de la escultura, surreal en su naturaleza, es el de oponerse, hasta donde le sea posible, a esta ofensiva oculta pero constante. Como todas las formas de arte, la escultura demanda un estudio tenaz y firme. Por ello, los libros que promovemos en esta categoría dejan patente estos avances y retrocesos en la búsqueda de la luz, el pathos y el movimiento. La historia de la escultura se convierte así en uno de los capítulos más apasionantes de un libro aún por escribir, sobre los esfuerzos humanos por superar los límites de lo posible.