Para el artista, dibujar, luego darle color a ese dibujo es sinónimo de descubrimiento. Esta afirmación va más allá de ser simplemente una expresión poética; es una verdad literal. El simple acto de dibujar obliga al artista a observar detenidamente el objeto frente a él, a descomponerlo y reconstruirlo en su mente. Incluso al dibujar de memoria, este proceso lo impulsa a explorar sus propias experiencias pasadas para encontrar inspiración. En el ámbito del dibujo, se considera comúnmente que el aspecto más crucial es el proceso activo de observación. Cada trazo, cada pincelada de color, no solo registra lo que se ve, sino que también guía al observador hacia nuevas perspectivas. En ciertos casos, como en los grandes dibujos, parece que todo cobra vida en el papel, transmitiendo la complejidad del mundo. En estos dibujos, la realidad y la representación proyectada se entrelazan, transportando al observador al umbral mismo de la creación. Al utilizar el futuro en su técnica, estos dibujos anticipan y conservan la esencia de la realidad para siempre.