El viaje de Carlomagno a Jerusalén y Constantinopla es un cantar de gesta sorprendente que presenta un enfoque muy distinto al de otras epopeyas medievales, como la Chanson de Roland, al no centrarse en las grandes expediciones militares del emperador franco ni en sus batallas heroicas contra los sarracenos. En lugar de relatar victorias sobre los infieles para expandir el cristianismo, este cantar se aleja de los hechos históricos, ya que Carlomagno nunca viajó a Oriente, y se construye a partir de leyendas monásticas sobre la traslación de reliquias y los relatos de viajeros que llegaron a esas tierras.
A través de una estructura literaria que combina la tradicción carolingia con una gran dosis de imaginación, el autor anónimo logra una obra excepcional, donde mezcla lo serio y lo humorístico. A lo largo de este viaje ficticio, los francos, en su paso por los Santos Lugares, muestran un fervor cristiano genuino, pero al llegar a Constantinopla, sus comportamientos se vuelven más humanos y terrenales, al emborracharse y exhibir actitudes fanfarronas típicas de soldados en las tabernas.
El texto equilibra la épica de los combates, las victorias sobre los infieles y los actos de valentía, con escenas cómicas que desmitifican a los héroes de esos relatos bélicos. Este contraste nos recuerda que, a pesar de sus actos heroicos, los personajes eran también hombres de carne y hueso, con defectos y virtudes, lo que añade una capa de complejidad a la figura del héroe medieval.
El viaje de Carlomagno se presenta así como un relato que, dentro de la tradición épica, desafía la imagen idealizada de los héroes, humanizándolos y demostrando que, incluso en los momentos más elevados, había espacio para la farsa y el desenfreno.
