El texto aborda la noción de un "nuevo orden moral" que, según Philippe Muray, se manifiesta como el "imperio del bien". Este concepto describe un bien originado en la prioridad de lo justo, pero que ha degenerado en un nuevo moralismo o "moralina", como lo habría definido Nietzsche. En este marco, el mal es simultáneamente negado como un componente inherente a la naturaleza humana y reconocido únicamente en su forma extrema como "mal absoluto", entendido como la negación radical de los derechos humanos.
El análisis señala una distinción fundamental entre las perspectivas políticas de derecha e izquierda: la derecha tiende a poseer una visión ética de la política, mientras que la izquierda adopta una visión moral. Estas dos posturas, simbólicamente representadas como Excalibur (derecha) y la Beatitud (izquierda), corresponden a sistemas de valores diferentes, pero ambos son calificados como impolíticos, es decir, incapaces de comprender la verdadera naturaleza de lo político.
En el contexto actual, el texto sostiene que la visión moral, propia de la izquierda, se ha convertido en la dominante. Paradójicamente, en una sociedad que muchos consideran carente de moral, se observa la imposición de un nuevo moralismo omnipresente, difundido por sus defensores y predicadores, a quienes el autor describe como "devotos", "misioneros" y miembros de "ligas de la virtud". El comentario final, "se buscan libertinos", sugiere una necesidad de figuras transgresoras o desafiantes frente al predominio de este moralismo.
