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Hay arenas en el Mapocho, que antes que río es torrente, como la mayor parte de los cursos de agua chilenos, que en un promedio de 180 kilómetros de ancho del país más angosto del planeta, bajan desde los poco menos de 2.500 metros de altura —también promedio— hasta el Pacífico. Pero el Mapocho es el Mapocho, torrente emblemático de Chile por cruzar, es cierto que un poco cargado al norte del valle de Santiago, la zona centralísima del país, geográfica y político administrativamente.
El autor de este libro, que se llama «Arenas del Mapocho», fue un santiaguino de tomo y lomo, un “mapochino” conocido, y poco, sólo por este título, un relato de memorias con tonos picarescos aquí y allá, en el que relata su vida en la capital de Chile, aunque incluye un par de historietas de algún viaje al sur del país y otro a Europa, éste sólo en un apartado menor.
Publicado por primera ocasión en una modesta edición en 1941 —en esto la presente tercera se le parece—, da a conocer las peripecias de un niño, muchacho y hombre maduro (empleado público), entre los años 1891, con el hito inicial de la Guerra Civil de ese año y el final, pocos meses antes de su publicación. Hubo una segunda edición más cuidada de editorial Nascimento en 1947. Si no hay acabo de mundo ni se tuestan mucho las cosas, debiera a lo menos haber una cuarta, de 100 mil ejemplares por lo menos, ¡y príncipe!
En sus páginas se devela el carácter de Puelma, entre quedado o tímido ¡y soberbio!, pecado del que se acusa dos o tres veces. Y personajes reales que se graban en la memoria, como don Robinson, el Cabo Rojas, el Gringo Perry, las tías solteras que lo criaron, así como “palos gruesos que pescaban en aguas turbias” o, por el contrario, gente de la clase alta decentes, así como aristócratas de a pie pelado, y calaveras varios. Etcétera. Ah, y hay amores con despechos, aunque Puelma López se casó, tuvo hijos y diseñó una casa que se construyó en pleno casco histórico de la que no quedan ni las cáscaras.
Fue a través de las crónicas de los años 80 de Roberto Merino, reunidas en «Santiago de memoria» (1997), que conocimos «Arenas del Mapocho». Por eso a él le pedimos un prólogo que nos regaló para esta tercera edición y que tituló “La desaparición parcial de Ricardo Puelma”. Comprando y leyendo este ejemplar, se entenderá por qué esa desaparición va a su vez desapareciendo, y Puelma se convierte en su amigo santiaguino a más de 70 años de su muerte.
