BOLETÍN DEL 01 DE ABRIL
No, no vale lo mismo leer una gran obra, un gran libro, que leer otra cualquiera que tomaste rápido del anaquel o de la vitrina de una librería y llevaste a casa. No, no es lo mismo el tiempo invertido en la lectura de una gran obra, que el tiempo dilapidado en algo que tal vez, te permita a lo más salir del paso de tus preocupaciones por algunas horas y para después volver a lo tuyo, sin nada nuevo. Hay algunos que incluso pontifican que todo tiempo leído vale, que de casi cualquier libro se puede algo exprimir y sacar provecho. Pero de qué valen todas estas absurdas peroratas de insensato buenismo librero, de qué vale cualquier índice de lectura per cápita que no tome en cuenta aquello que se lee. Es que no es lo mismo una obra que no tardará más de unos meses en pasar al olvido que otras que llevan milenios ofreciendo a los lectores sus tesoros y sacando de nosotros los lectores ellos lo mejor de sí.
Las grandes obras, los grandes libros calan hondo, oradan esta materia difícil y dura de la que estamos hechos, son un fluido líquido y oceánica a la cual nos lanzamos, flotamos, nadamos y nos hundimos hasta el fondo, después volvemos a la superficie, y ya de vuelta notamos que algo en nosotros ha cambiado.
De qué valen entonces lastimosos procesos de promoción de la lectura y un profesorado inerte, promotores de Leseras o lecturas intragables y obritas de moda…